martes, 16 de enero de 2007

Los Perros San Bernardo. Barry

En el puerto de montaña del Gran monte St. Bernhard, a 2.472m sobre el nivel del mar, fundaron unos monjes en el soglo XI, un refugio para viajeros y peregrinos.
Sin duda, la imagen del Hospicio del Gran San Bernardo se encuentra asociada indisolublemente a la de sus grandes perros de rescate.

Grabado de P.Martel de un perro del Hospicio

Históricamente, las primeras referencias a perros en el Hospicio se remontan a finales del siglo XVII. Unas pinturas de 1695 realizadas por Savatore Rosa ya muestran sendos ejemplares con algunos rasgos ya parecidos a los actuales, y sabemos por una nota posterior que, en 1700, el ecónomo del Hospicio tuvo la idea de hacer girar los espetones en los que se asaba la carne con el auxilio de un perro que caminaba por el interior de una rueda. Anotaciones en los libros de contabilidad, algunos utensilios, e incluso pieles de perro utilizadas como alfombras, son otros indicios del uso de los animales por los monjes de la época.

En un principio, los perros eran utilizados para tareas de trabajo, transporte y vigilancia. De hecho, en 1787 una treintena de bandidos que pretendían desvalijar el Hospicio fueron eficazmente ahuyentados por la sola presencia de aquellos enormes animales.
Pero a partir de mediados del siglo XVIII, los monjes empiezan a utilizar a sus perros para el rescate.



En realidad, el Hospicio lo tenía todo muy bien organizado, y procuraba reunir a quienes deseaban atravesar el Puerto en grupos que viajaban acompañados por un "marronier" o guía. El "marronier" llevaba siempre consigo a uno o varios perros, para que le sirviesen de protección y ayuda e incluso para transportar pequeñas cargas en una especie de alforjas.
Sin embargo, era frecuente que algunos viajeros se adentrasen solos en la montaña, y en ese caso el "marronier", en cuanto tenía noticias de ello, salía a buscarlos, siempre acompañado de su perro. Con un tiempo tan terrible, no era raro que los viajeros (o incluso los propios "marroniers") quedasen atrapados en algún desprendimiento o avalancha, o resbalasen por los caminos helados.





En estas ocasiones, los perros resultaban insustituibles. Gracias a su excepcional olfato, eran capaces de localizar a una persona enterrada bajo varios metros de nieve, y con su gran tamaño y su tremenda fuerza física conseguían abrirse paso hasta ella. También eran capaces de oír los gritos de auxilio desde grandes distancias, ante lo cual llamaban frenéticamente la atención de los monjes e incluso, según confirman las crónicas, a veces se lanzaban ellos solos al rescate. Se calcula que, a lo largo de dos siglos, los monjes y sus perros salvaron a unas dos mil personas atrapadas en la nieve, localizando además a más de doscientos cadáveres, que aún yacen en la "morgue" del Hospicio.


Barry

El más famoso de los perros del Hospicio fue "Barry". Según la leyenda del monumento que se le erigió en el cementerio de perros de Asnières, en Paris, "Barry" "salvó la vida a cuarenta personas, y fue muerto por la cuarenta y uno". Y es que, según se dice, "Barry" murió cuando un soldado a quien intentaba rescatar lo confundió con un animal salvaje dispuesto a atacarle.
En realidad, "Barry" murió plácidamente en 1814, en Berna. Había nacido en 1800, y pronto se distinguió de los demás perros del Hospicio por su fuerza y su coraje. Es difícil saber cuántas personas rescató realmente, ya que los monjes no lo consignaron, pero debieron ser muchas, puesto que su fama se había extendido ya por toda Europa incluso antes de que, en 1812, un monje decidiera llevárselo a su casa para que pasara tranquilamente sus últimos años. A su muerte, su cadáver fue entregado al Museo de Historia Natural de la Universidad de Berna, donde fue disecado y donde aún permanece expuesto al público.

"Barry", que significa "osito" en dialecto bernés, fue un nombre muy común entre los perros del Hospicio, y parece que en un principio los monjes empleaban la palabra para referirse genéricamente a todos ellos. A principios del siglo XX, otro "Barry" (conocido como "Barry II") alcanzó una fama similar a la de su antecesor, y cuando murió ahogado en el lago fueron muchos los museos europeos que solicitaron su cadáver para exponerlo con todos los honores; pero el agua lo había deteriorado tanto que resultó imposible disecarlo. Quien sí está disecado es "Barry III", muerto al caer por un barranco en 1910 y expuesto actualmente en el museo del Hospicio.
Barry III

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