martes, 23 de enero de 2007

Perros fieles (part.I)

Desde siempre, el perro ha sido el compañero más fiel del ser humano, por lo que simboliza la amistad y la fidelidad.
Los perros que citaré a continuación son solo una pequeña muestra de la infinidad de perros que a lo largo de la historia han permanecido fieles a sus dueños hasta el final de sus días.

Fido
En un pueblito italiano a finales de la decada de 1930 había un joven de nombre Luigi quien adoptó y crió un perrito mestizo bautizado "Fido". Cada mañana Fido acompañaba a su amo a la estación de ferrocaril situada a unos 2 Km. del hogar.
El joven trabajaba en carpintería en una pequeña ciudad de la zona y para desplazase tenía que tomar el tren todas las mañanas, regresando a su pueblito a las 5.30 todas las tardes. Allí estaba Fido esperando a Luigi ,día tras día.

Despues de expresar con brincos y ladridos la alegría del encuentro con su amo, Fido daba unas carreritas y saltaba en el monte contento, hasta llegar a casa. Esa rutina diaria fue interrumpida bruscamente cuando Luigi fue reclutado en el ejército y enviado al frente ruso en 1943. La interrupción fue para Luigi pero no para Fido quien ya no iba en las mañanas pero si se presentaba puntualmente todas las tardes en la estación del tren ,esperando el regreso de su querido amo.

Fido oía de lejos apenas perceptible,el ruido de la locomotora. Tenso y esperanzado veía al tren pararse en la estación. Entonces iba de vagón en vagón, moviendo su colita y husmeando las escaleritas y los pasajeros que bajaban para identificar alguna huella de su amo. El tren se marchaba y la gente también. Después de esperarar un rato mas, Fido, triste y abatido con la cabeza baja y la cola entre las patas,regresaba solitario a su casa donde los padres de Luigi aún albergaban una chispa de esperanza de volver a ver vivo a su hijo . . . Luigi nunca volvió. Fue una víctima mas de la Segunda Guerra Mundial.
Los meses y años pasaban. A principios de los 50, Fido tenía dificultades para desplazarse; no pudo escapar a los achaques de la vejez; tenía artritis. Sin embargo, Fido no perdía esperanzas. A pesar de los dolores para movilizarse y las fuerzas que mermaban cada vez más, él seguía con su rutina convencido del regreso de su amo. El trecho de camino que hacía antes con ligereza en 15 minutos, tardaba ahora 2 horas, llegando a casa completamente agotado. Fué una tarde de invierno con fuerte viento y nevada. Fido dió sus últimos pasos sobre el blanco camino, se tambaleó y su noble corazón dejo de latir . . .
Al día siguiente encontraron su pobre cuerpecito congelado y cubierto de nieve. Todo el pueblo conocía a Fido, todos lo lloraron, todos lo vieron hacer sus caminatas infructuosas y sabían lo que Fido buscaba desesperadamente. No fue difícil convencer a esa gente modesta y buena, de colaborar con la erección de una estatua dedicada a la memoria de Fido, situada hoy en día al lado de la misma estación de ferrocaril que Fido visitaba a diario, día tras día por el resto de su vida. El epitafio: "Un ejemplo para todos los humanos de lo que es la máxima expresión del AMOR Y FIDELIDAD ".


Hachiko
También Hachiko, un Akita Inu, llevaba cada día a Tokio a su amo a la estación, yendo a buscarle luego por la noche.

Hachiko nació en Noviembre de 1923 , al norte de Japón. Como ya hemos dicho era un perro de raza Akita, macho y de un intenso color blanco.
Cuando Hachiko tenía dos meses de edad fue recogido por un profesor del departamento de Agricultura de la Universidad de Tokio, el Dr. Eisaburo Ueno, quien lo llevó a su casa situada cerca de la estación Shibuya. Con el tiempo profesor y perro se hicieron inseparables y se adoraban.

Cuando el profesor tenía que ir a la Universidad, Hachiko no podía acompañarle. Sin embargo, todas las mañanas salía con él de la casa y caminaba junto a él hasta la estación Shibuya donde observaba como su dueño compraba el ticket y luego desaparecía entre la multitud que subía el tren. Entonces Hachiko se sentaba en la pequeña plaza y esperaba allí a su dueño quien regresaba de su trabajo por la tarde. Esto sucedía todos los días, y así la imagen del profesor con su perro se volvió familiar en la estación Shibuya, y la historia de la lealtad de este animal se diseminó por los alrededores con mucha facilidad. Las personas que transitaban por Shibuya siempre comentaban este hecho.
Pero la tarde del 21 de mayo de 1925 surgió la tragedia. La salud de profesor no era muy buena en esos días, repentinamente sufrió una ataque cardíaco en la universidad y falleció antes de poder regresar a casa. En Shibuya, el perro esperaba enfrente de la estación.
Muy pronto las noticias sobre la repentina muerte del profesor alcanzaron Shibuya. Inmediatamente muchas personas pensaron en el pobre perro que lo había acompañado todos los días. Varios tuvieron la misma actitud y fueron a la pequeña plaza para convencer al perro de que volviera a su hogar, como si él pudiera comprenderlos.
A la mañana siguiente Hachiko fue visto enfrente de la estación, esperando a su amo. Aguardó todo el día en vano. Al día siguiente estaba allí nuevamente y así sucedía día tras día. Los días se volvieron semanas, las semanas meses, los meses años y aún así, el perro iba cada mañana a la estación, espera el día entero y al llegar la hora de regreso de su amo, buscaba entre todos esos rostros extraños a áquel que amaba. No tenía en cuenta las condiciones climáticas, lluvia, sol, viento y nieve no impedían su diario peregrinar al encuentro de su amo, la lealtad hacia su amigo humano nunca pereció.
La lealtad demostrada por Hachiko tuvo un extraordinario efecto entre los japoneses pobladores de Shibuya. Él se transformó en un héroe, la figura más amada del área. Los viajantes que se ausentaban por un largo período siempre preguntaban por él a su regreso.
En el mes de abril de 1934 los bondadosos habitantes de Shibuya contrataron a Teru ( Shou) Ando, un famoso escultor japonés, para que realizara una estatua en honor su amigo Hachiko. El escultor estuvo encantado de realizar ese trabajo y la estatua de bronce fue colocada enfrente de la estación, donde solía esperar Hachiko.
Casi un año más tarde, el 7 de marzo de 1935 Hachiko falleció al pie de su propia estatua debido a su edad, pero eso no impidió que su historia y la estatua de Teru Ando se hicieran famosas por todo Japón.
Durante la guerra todas las estatuas fueron fundidas para la elaboración de armamento, la de Hachiko no escapó de esa suerte y lamentablemente el escultor fue asesinado. Pero los pobladores de Shibuya continuaban recordando a Hachiko y su mensaje de lealtad. Así fue como decidieron formar una Sociedad para el reemplazo de la estatua de Hachiko, y dicha sociedad contrató al hijo de Teru Ando, Takeshi Ando, quién también era un excelente escultor.
Hoy en día, la exquisita estatua de Hachiko permanece en el medio de la plaza enfrente de la estación Shibuya. Podemos encontrar alrededor de ella fuentes, puestos de diarios y revistas y personas sonrientes contándoles la historia de Hachiko a los pequeño o los no tanto.
El 8 de abril de cada año se conmemora a Hachiko en la plaza frente a la estación de trenes de Shibuya.
Los restos de Chuken Hachiko (en japonés el leal perro Hachiko) descansan junto a los de su amo el Dr. Eusaburo Ueno.En una esquina de la sepultura de su dueño en el Cementerio de Aoyama, Minmi-Aoyama, Minato-Ku, Tokio.

Medor
Siete años persistió Medor, un perro de lanas blanco, sobre la tumba de su amo, quien había caído en la sublevación de julio de 1830 cerca del Louvre. Se le levantó una caseta sobre la tumba de su amo y el lugar se convitió en centro de peregrinaje de los franceses.

Repetidamente el perro fue robado y vendido, pero siempre halló el camino de regreso a la tumba de su amo.


Tofino
Tofino siguió a su amo hasta Moscú con el ejército de Napoleón. En la retirada sobre el Beresina el soldado se ahogó. Su perro le buscó por todas partes y regresño en 1813 al cuartel en Milán, donde había estado el regimiento. Se buscó un lugar al lado de la caseta en la cual su amo tantas veces había hecho guardia y no abandonó el lugar más de cincuenta metros de distancia durante dos años enteros hasta su propia muerte. La población adoraba a Tofino como un animal sagrado y venían desde lejos para alimentarle y admirarle.

1 comentario:

pelado1961 dijo...

Por alguna parte escuché otra historia sobre un perro en Japón, que esperó pacientemente a su amo en una estación de tren.

Al parecer el hombre estaba reclutado en algo así como la Defensa Civil, ayudando a apagar incendios y cumplir medidas de seguridad en la guerra.

Muerto durante un bombardeo, el hombre no volvió nunca a su hogar, pero el perro le esperó cada día hasta su muerte.

Si puedo ubicar la fuente, te comento algo más.