miércoles, 24 de enero de 2007

Perros fieles (part.II)

Thisbée, el perrito de la reina María Antonieta también murió porque su amita hubo de morir. Se cuenta que el mimado perrito maltés vivió todavía algún tiempo en las escaleras de la prisión, antes de que le matara a golpes un guardián. En realidad el perro que la reina no pudo llevar consigo a la carcel, pero el cual la siguió hasta allí, fue recogido por una mujer que tenía su casa cerca del puente de Saint-Michel. Pero Thisbée no pudo soportar la separación de su querida dueña. Cuando halló la puerta abierta, escapó y se ahogó en el Sena. El mismo día, el 16 de noviembre de 1793, María Antonieta subía a la carreta del verdugo.

Un faldero enano acompañó a la muerte a su ama María Estuardo, quedando gimiendo al lado del cadáver de la misma. Rechazó todo alimento y murió tres días después.

De la misma manera murió de hambre Milord, el perro de caza del zar Alejandro II, por nostalgia de su amo. Cuando éste se fue a París (1867) para asistir a la Exposición Universal, sin llevar consigo a su perro, Milord rechazó todo alimento, echándose para no volver a levantarse.

Un actor callejero de Piamonte murió poco después de terminar la guerra de 1870-1871. Los únicos que acompañaron su féretro fueron sus tres inteligentes perros: un perro de aguas, un galgo y un pastor. Al querer sacarlos del cementerio empezaron a aullar tan lastimeramente, que el guarda se compadeció de ellos. El féretro con los restos de su amo fue bajado a la tumba. Inmediatamente, los perros se pusieron sobre sus patas traseras, como si su amo se lo hubiese mandado y empezaron a bailar un vals, el vals con el cuan su amo y ellos habían corrido todo el país. Bailaron durante unos diez minutos y luego desaparecieron con la cabeza baja. Jamás nadie los volvió a ver.

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